viernes, 9 de noviembre de 2012

"I´m not in danger, Skyler, I am the danger". Breaking Bad.



Empieza a convertirse en una afirmación cansina; pero no por ello deja de ser una verdad indiscutible: El mejor cine, en los últimos años, se está haciendo en la televisión.  La calidad sin ambages de series como “The Wire”, “The Soprano” o “Mad men”, por citar algunas de las más célebres, está fuera de toda duda. Pero no os hablaré de ninguna de estas porque, como en gustos no hay nada escrito y manipulando vilmente las palabras de Francisco Umbral, yo he venido aquí a hablar de mi serie favorita a día de hoy: “Breaking Bad”.


Se trata de un relato tragicómico con aroma de comedia negrísima, que nos remite en momentos a los hermanos Coen. La trama gira en torno a Walter White (Bryan Cranston), un profesor de química, al que, de un día para otro, se le diagnostica un cáncer de pulmón incurable. La situación es límite, ya que su hijo, que nació con parálisis cerebral, tiene algunas dificultades para hablar y caminar y, además, su mujer espera otro hijo; por lo que las condiciones en las que quedará su familia serán cuanto menos comprometidas. Esto le lleva a decidir que, para proveerles de un escenario cómodo y sirviéndose de sus conocimientos, producirá y comercializará una anfetamina muy pura, para lo que contará con la ayuda de su ex alumno Jesse Pinkman (Aaron Paul); personaje éste, lleno de matices y sutilísima ternura.  




La sucesión de vertiginosos malabares del protagonista sobreviene entre mentiras, secuestros, robos, asesinatos, encubrimientos, tenencia de armas, tráfico de estupefacientes (agrabado por el hecho de que el cuñado de White, Hank Schrader, es el agente de la DEA encargado de investigar al enigmático personaje que se encuentra detrás de la  novedosa metanfetamina que ha llegado a la ciudad) de manera vibrante para el espectador.

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